Desde que estaba en el instituto, siempre he estado interesado en cambiar la sociedad. Siempre he visto que vivía en un mundo que no acababa de encajar conmigo. Algo me decía que las cosas no iban bien, la injusticia se palpaba en cualquier sitio, el egoísmo estaba y se incentivaba desde todos los ámbitos aunque no se dijera. En la familia nos dicen, tú preocúpate de tus cosas y no te metas en líos de otros, no seas tonto. Los amigos y amigas nos dicen, eres tan bueno que pareces tonto, no hagas tanto por los demás. Y en la escuela, allí donde deberían educarnos y enseñar unos valores, se nos incita a ser mejores que nuestros compañeros y compañeras, a no ayudarnos porque el de al lado se aprovechará de nuestro trabajo, a competir en lugar de colaborar.
Tardé tiempo en encontrar un espacio en que no todo era así. Conocí el mundo asociativo y vi que había gente que estaba dispuesta a dejarse los cuernos por los demás a cambio de nada. Personas que luchaban por aquello en lo que creían. A partir de eso, mi forma de ver las cosas fue cambiando poco a poco, casi sin darme cuenta, todo fue tomando forma y supe qué quería.
Quería cambiar el mundo. Pero no tardé en darme cuenta que para cambiar el mundo hace falta cambiar a quienes mandan o, al menos, a quienes deberían tomar las decisiones. Y para ello, había que participar en la política. Porque la política determina muchísimas cosas. La política determina si tenemos que pagar o no por ir al médico, que el colegio de nuestras hijas sea mejor o peor, que en nuestro barrio tengamos espacios para el ocio que queremos, o que cuando lleguemos a cierta edad podamos o no jubilarnos dignamente. La política lo determina todo, y si no me gustaba la política que se llevaba a cabo, debía luchar por cambiarla.
Tuve una primera desilusión donde no encontré aquello que estaba buscando, no encontré gente como yo, idealista y dispuesta a luchar, sino que encontré personas que aspiraban a tener empleo fijo afiliándose a un partido político. Aquello me hizo abandonar por un tiempo y creer que estaba equivocado, que no era posible cambiar nada.
Y eso pensé hasta que un día, saliendo de fiesta, me encontré con alguien a quien había conocido mientras participaba en mi primera, frustrada, breve y decepcionante aventura política. Nos saludamos, le pregunté que tal le iba y al saber que seguía participando como cuando le había conocido, a pesar de estar casi solo en su lucha, sentí curiosidad por saber cómo lo hacía y si podría ayudarle en algo. Así lo hice.
Cuando entré éramos sólo cinco personas activas en el grupo de Jóvenes de IU Fuenlabrada. Y aún así se hacía mucho más que entre las muchas personas que había en mi primera experiencia política. Se notaban ganas, interés, ideas, y sólo la falta de manos ponía el límite. Desde entonces, poco a poco, hemos ido creciendo, hemos multiplicado nuestro número por más de tres en un año y medio, y queremos ser más, porque para cambiar el mundo hacemos falta muchos. Ha entrado gente nueva, hemos logrado que colabore gente que dejó de participar tiempo atrás, pero sobre todo, las ganas de cambiar las cosas, luchar y concienciar están más vivas que nunca, a pesar de que nos duelan los pies de zancadillas, a pesar de que nos duela la cara de las ostias que nos llevamos, a pesar de todo, cuanto más difícil nos lo ponen, más ganas tenemos.
Porque sabemos el porqué de esas dificultades, que es el miedo a que seamos capaces de transmitir nuestras ideas, de llegar a más gente, de convencer trabajando, porque hay quien sabe que entonces no podrá mantener su privilegiada posición y deberá dejar su asiento o ponerse a trabajar con y para los demás, y eso no interesa. Pero todos y todas nosotras sabemos que poco a poco, trabajando y luchando seremos capaces de cambiarlo todo, no para coger el mando, sino para que exista una verdadera democracia real en la que todos y todas podamos participar en igualdad.
Por ello, porque me han hecho creer en la política de nuevo y saber que hay gente que cree en lo que hace, y hace lo que dice, quiero agradecer en esta entrada la labor de todas y cada una de las personas que participan activamente en Jóvenes de IU Fuenlabrada, o lo que es lo mismo, al "Comando Fuenla". Pero muy especialmente quiero agradecer su labor a las dos personas que encontré la primera vez que fui a participar y no han traicionado lo que decían entonces. Gracias a Bea, porque da todo lo que tiene y más por quien haga falta y porque trata de mejorar día a día. Y por supuesto, gracias a Juan Carlos, porque es alguien a quien admiro y de quien he aprendido muchísimo, y que sin saberlo, hoy me ha demostrado muchas cosas que ya pensaba de él.
Al resto del Comando Fuenla, sólo os digo que sois ya imprescindibles, todos y todas, así que: Raquel, Luis, Aitor, Bob, Carmen, Alejandro, Alfredo, Jorge, Dani y alguno más que seguro que se me olvida, gracias por estar ahí y demostrarme que no estoy sólo, luchando a cambio sólo de defender unas ideas. Y a quien lea esto, le animo a que se una a este grupo, o a otros que hay en muchos lugares, y que participe y luche por aquello en lo que cree. Porque la única batalla que se pierde es la que no se libra.
Ya lo dijo Marcelino: "Si uno se cae, se levanta inmediatamente y sigue adelante".
ResponderEliminarGracias a tí, Sergio. Sabes que vamos a estar en la brecha el tiempo que haga falta y que será muy dificil agotarnos.
ResponderEliminarEl Comando Fuenla es ya una realidad. Aún con nuestras carencias, hemos logrado ya dar un paso importante.
Comparto el comentario del compañero y me uno a las palabras de Marcelino.
Un saludo ;)
LArga vida al comando Fuenla, como ya he dicho varias veces juntos podemos. Como ya me dijo un sabio: te parece poca misión cambiar el mundo?? esa es la VERDADERA misión ;)
ResponderEliminarUna entrada preciosa, apoya bastante a seguir con la lucha.
ResponderEliminarHay una frase del compañero Marcelino que creo que viene mejor para esas ganas de luchar “¡Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar!”.